Uno de cada tres usuarios de internet en el mundo es menor de edad, lo que refleja su alta exposición en un entorno digital lleno de riesgos, según Unicef.
Por décadas, la crianza se centró en enseñar a los hijos a cruzar la calle, no hablar con extraños y desconfiar del fuego. Hoy, el fuego es digital, los extraños están a un clic de distancia y la calle es una red que no se ve, pero que deja huellas profundas.
En ese mundo creció Salomé Rodríguez Ospina, hija del futbolista James Rodríguez y la empresaria y modelo Daniela Ospina, una niña que a los 12 años ya había captado la atención de miles de seguidores en redes sociales.Coreografías, bailes, momentos familiares. Era una figura pública sin haberlo decidido. Hasta que su madre dijo: “Ya no más”.
La decisión fue revelada en las últimas horas por Daniela, quien respondió a sus seguidores en una dinámica de Instagram.Según sus palabras, la razón por la cual Salomé ha estado alejada del mundo digital es simple pero dolorosa: mensajes inapropiados, críticas infundadas y comentarios fuera de lugar que ella, como madre, prefiere no permitir que lleguen a su hija.
“Salo está súper bien, la verdad ya evitando muchas cosas, porque obvio, uno como mamá no quiere leer cosas feas o que no son de los hijos… y entiendo que es una red libre de opinar. Pero qué pereza leer lo que no es, por eso ya mejor lo vivimos privado”, expresó.
La historia de Salomé no es un caso aislado. Es, de hecho, una señal de alerta para muchas familias que exponen o permiten la exposición de sus hijos e hijas en internet sin prever las implicaciones.
En un entorno digital donde las fronteras entre lo privado y lo público se desdibujan, cada fotografía compartida, cada video viral y cada comentario puede marcar la experiencia de un menor de edad de formas impredecibles.
UN ECOSISTEMA SIN FILTROS
Las redes sociales nacieron como plataformas para conectar personas, pero pronto se transformaron en escenarios de validación, juicio y vigilancia.
En ese ecosistema, los menores de edad representan una población especialmente vulnerable. Según datos del Informe Global sobre Niñez y Tecnología publicado por Unicef, al menos uno de cada tres usuarios de internet en el mundo es un niño o adolescente.
La mayoría accede a redes sociales sin supervisión y con poco conocimiento sobre los riesgos a los que se exponen: ciberacoso, contacto con desconocidos, exposición a contenidos inapropiados y afectación de su salud mental por la presión social digital.
El caso de Salomé evidencia un fenómeno creciente: niños que han nacido bajo el foco mediático de sus padres famosos o no y que, desde pequeños, construyen una identidad pública sin haber dado su consentimiento real. La infancia de estos menores se convierte, muchas veces, en contenido. Lo íntimo se vuelve entretenimiento y lo espontáneo, una estrategia de visibilidad. Pero ¿a qué costo?
EL PAPEL DE LOS PADRES: ENTRE LA PROTECCIÓN Y LA SOBREEXPOSICIÓN
En este escenario, la responsabilidad recae directamente sobre los adultos responsables. No se trata de satanizar la tecnología ni de idealizar el pasado analógico, sino de asumir con conciencia el desafío que implica criar en tiempos de pantallas.
El derecho de los niños a la privacidad, a la seguridad, a un desarrollo emocional sano, debe prevalecer sobre el deseo de compartir sus vidas en redes sociales.
Daniela Ospina tomó una decisión acertada, aunque tardía para algunos: resguardar la vida de su hija en un entorno más privado. Es, quizás, una lección que muchas familias pueden tomar. El retiro digital voluntario no es retroceso, es cuidado. Es saber cuándo decir basta.
EDUCACIÓN DIGITAL: EL GRAN RETO PENDIENTE
Más allá del control parental y la limitación de pantallas, lo que realmente hace falta es educación digital integral desde las edades más tempranas. Enseñar a los niños a comprender cómo funciona internet, cómo proteger su información personal, cómo gestionar el tiempo frente a las pantallas, cómo identificar el acoso en línea y cómo pedir ayuda.
También es urgente formar a los padres, docentes y cuidadores. No basta con instalar una aplicación de control: hay que dialogar, orientar y acompañar. La tecnología llegó para quedarse, pero su uso no puede dejarse al azar.
LA INFANCIA NO DEBERÍA SER VIRAL
Detrás de cada video tierno y cada baile simpático de un niño en redes, puede esconderse una realidad más compleja.
El impacto emocional que dejan los comentarios crueles o hipersexualizados en menores, la presión por gustar y conseguir ‘likes’, o la ansiedad por mantener una imagen perfecta, son cargas que no deberían recaer en hombros tan pequeños.
Salomé Rodríguez, al igual que miles de niños y niñas en el mundo, merece una infancia libre de filtros, sin juicios públicos, sin la necesidad de ser trending topic. Que pueda crecer a su ritmo, fuera del ruido y cerca de quienes la quieren bien.
Como dijo su madre, “mejor lo vivimos privado”. Tal vez sea hora de que más padres escuchen ese consejo.