El soledeño Andrés Jiménez y el bogotano Marcel Pren en un número conjunto en una esquina.
El soledeño Andrés Jiménez y el bogotano Marcel Pren hacen, de sol a sol, las delicias de quienes esperan el cambio de luz del semáforo para seguir su marcha. Este par de artistas urbanos hablan de su arriesgado y sorprendente oficio.
Se consideran artistas, artistas urbanos, porque eso es lo que muestran a la ciudadanía que día a día se entretienen con sus malabares, ya sea en el piso o sobre una cuerda amarrada de extremo a extremo de la vía mientras el semáforo cambia su luz de roja a verde.
Sus nombres son Andrés Jiménez y Marcel Pren, dos jóvenes que con su arte no solo se ganan la vida sino que llevan un mensaje a su público que por lo general son conductores y pasajeros de vehículos que transitan por las vías de la ciudad que ellos escogen como escenario para su actuación.
Aunque cada uno tiene su historia de vida, además de compartir el arte urbano, en ocasiones trabajan juntos, ya sea porque lo acordaron previamente o porque coincidieron en una esquina de semáforo.
Cada uno maneja su número y lo hace en el turno que le corresponde, el estar muchas veces en el mismo sitio de trabajo les ha llevado a preparar números en conjunto para hacer las delicias de la audiencia.
MARCEL, AVENTURERO Y ANDARIEGO
Marcel es el mayor de los dos, cuenta con 30 años de edad, y además de artista urbano se considera un aventurero y andariego, pues su espíritu le ha impulsado a viajar cada vez que tienen la oportunidad. Es así que se conoce todos los países de Sur América, a los que llega, visita las principales ciudades, inclusive la provincia, en cada una de ellas llevando las artesanías que aprendió a elaborar y haciendo número de malabarismo.
En Barranquilla reside en un cuarto que renta por días, en el centro de la ciudad, del que sale a las 5 de la mañana y regresa cuando ya considera que es tiempo de descansar.
“Yo llego a un semáforo a las 6 de la mañana y comienzo a mostrar mi arte, porque esto es un arte urbano, y es lo que queremos que la gente vea, entienda y valore. Que no nos vean feo, sino que valoren nuestro trabajo, porque esto es lo que nosotros hacemos para comer, para pagar arriendo y sobrevivir”, asegura Marcel, quien tiene previsto viajar próximamente a Centroamérica y llegar a México donde residen su madre y hermana.
El nació en Bogotá, pero se crío en las ciudades de Sincelejo y Corozal donde residen sus abuelos y algunos familiares. Además de malabarista fabrica manillas y otras artesanías que promueve en cada viaje que realiza, canta y toca guitarra.
“La primera vez que viajé fuera del país llevé artesanías, pero eran compradas porque yo no las sabía hacer. Y fue en Ecuador donde me enseñaron a trabajar las artesanías, con unos artesanos de otros países del mundo, y también en esos países aprendí el arte de malabarismo”.
En su cuerpo lleva tatuada varias figuras, una de ellas es el mapa de Sudamérica, que le sirve para orientar a las personas cuando les habla de sus viajes.
Asegura que desconoce cuánto dinero hace en un día porque no le gusta contarlo, pero sí sabe que lleva lo suficiente para comer sus tres comidas del día siguiente, pagar arriendo y comprar las cosas que necesita. Además tiene la virtud de ser ahorrador, pues siempre está pensando en la ciudad o país que visitará y guarda para sus gastos durante el viaje.
Dice Marcel que en un comienzo cuando comenzó su aventura de viajar, con su música se sostenía mientras se desplazaba de una ciudad a otra, vendía dulces, incienso, artesanías y diferentes productos.
“He viajado a dedo o sea pidiendo aventones en camiones, a Uruguay llegué en bicicleta y lo recorrí todo en bicicleta, igualmente parte del sur de Brasil. Y cuando ahorro, pago mis pasajes y guardo para los hospedajes”.
Aunque son muchas ciudades, tiene en su memoria los nombres de cada una y a qué país pertenece. Dice que conoce todo Colombia, tanto sus ciudades capitales y pueblos. Carga su mochila con los elementos de trabajo, ropa y algunos otros elementos que le son de utilidad para sus viajes.
LOS MALABARES DE ANDRÉS
Por su parte Andrés es apenas un muchacho de 22 años, el reside con su familia en Soledad, de donde es oriundo, el además de malabares con cuchillos y clavas o bastos, caminando sobre la cuerda, también ha aprendido el arte de tatuar, el cual practica casi a diario cuando alguien le solicita. Asegura que muchas veces cuando le va muy bien, se da el placer de durar uno o dos días sin trabajar porque el dinero le alcanza para esos días.
Su fuerte son los malabares sobre la cuerda floja y se considera con suficiente destreza en el manejo no solo de los machetes o cuchillos, los que saca en cada semáforo al que llega.
Sus sitios de trabajo predilecto son los semáforos de la calle Murillo, Calle 74 y algunos del norte de la ciudad donde le permitan trabajar. Aunque para él todos los sectores de la ciudad son buenos, porque lo que importa es el tráfico vehicular que fluye en cada cruce de semáforo. Las horas pico son las de mayor trabajo, lo que le permite tanto a él como a Marcel ponerse horas de trabajo.
El aprendió el arte de malabares con un primo suyo que le enseñó inicialmente a dominar las peloticas, y con el tiempo, y por influencia de un malabarista ecuatoriano fue adquiriendo destreza con los demás elementos que hoy utiliza en sus números.
Aunque ha viajado por todo el país llevando su arte, no ha salido al exterior como Marcel, y al igual que él ha viajado en bicicleta. Asegura que la ciudad que más le ha gustado es Medellín.
“Nos gusta lo que hacemos, es un arte que además de divertir a la gente nos da para llevar el pan a nuestras casas”, asegura Andrés, que además anima fiestas y eventos públicos a los que los llaman o invitan.
“Mucha gente lo ve a uno haciendo su arte y se bajan del carro para contratarlo, y vamos a colegios, a fiestas o eventos públicos. A ellos también les llevamos nuestro arte, porque el arte urbano es para todos”, puntualiza Andrés Jiménez mientras aprovecha el cambio de semáforo para subir a la cuerda.