Vista general de una calle de Singapur. (Internet)
La medida en esta ciudad-Estado contempla fuertes multas y hasta dos años de prisión para quienes vendan y consuman goma de mascar.
En la década de los 80, Singapur estaba inmersa en una ambiciosa campaña para convertirse en una de la ciudad-Estado más limpia del mundo. Pero en esa meta se encontraron con un obstáculo: el chicle que encontraban en cuanto espacio público había y que no solo afeaba cada lugar sino que, además, les obligaba a duplicar esfuerzos para retirar la goma y así lograr el objetivo.
El aspecto sucio y descuidado que provocaban las pequeñas ‘montañas’ de pegatinas en las calles y, especialmente, en las puertas del recién inaugurado metro, se había convertido en un auténtico dolor de cabeza. Y como si fueran poco, los chicles pegados a las puertas automáticas del transporte público ocasionaban averías y retrasos.
Fue por ello que el gobierno de ese país insular decidió cortar por lo sano y prohibió la venta y el consumo de goma masticable en espacios públicos. Una medida sencilla y pragmática a la vez: lo importante era mantener la ciudad limpia y en orden.
En 1983, la Junta de Vivienda y Desarrollo asignó 150,000 dólares singapurenses anuales para limpiar el desorden causado por las pegatinas de chicle en calles, plazas, parques, cine, urbanizaciones y en el sistema de transporte público.
Poco a poco, el chicle, un producto que en la mayoría de países es de consumo popular, fue proscrito de las áreas comunes de Singapur, de manera particular en el transporte público. De hecho, el 30 de diciembre de 1991, el Ministerio del Medio Ambiente emitió un comunicado en el que explicaba que se impondría una prohibición principalmente debido a que la basura de chicle interrumpía el buen funcionamiento de los trenes de tránsito rápido masivo MRT.
En julio y agosto de 1991, la goma de mascar atascada entre las puertas del MRT hizo que se detuvieran, ya que no podían cerrarse por completo. Estos dos incidentes provocaron interrupciones en el servicio y los pasajeros tuvieron que desembarcar antes de que pudiera reanudarse el movimiento.
Sumado a lo anterior, el gobierno dio instrucciones a la Corporación de Radiodifusión de Singapur para que se dejaran de publicar anuncios que promovieran la goma de mascar, y ordenó a las tiendas de golosinas escolares que dejaran de vender chicles.
También se impusieron fuertes multas a quienes vendieran goma de mascar, las cuales oscilaban entre 10,000 y 100,000 dólares singapurenses, así como penas de prisión de hasta dos años. Asimismo, a quienes fueran sorprendidos con chicle la multa era de entre 500 a 1,000 dólares singapurenses en la primera infracción y 2,000 en infracciones posteriores.
Es de destacar que aunque la prohibición no se ha levantado por completo, ha habido algunas modificaciones con los años. En 2004, la prohibición total del chicle se levantó parcialmente.
El gobierno de Estados Unidos había hecho de la venta de chicles dentales uno de los temas durante las negociaciones de un tratado de libre comercio entre Singapur y los EU. Por lo que la ley no aplica para goma de mascar con propiedades terapéuticas, las que ayudan a la salud dental o a dejar de fumar con nicotina.
Aun así, la venta de chicles de ocio sigue estando prohibida, y el consumo en la vía pública está sujeto a fuertes multas.
Y aunque la medida generó críticas al comienzo, la prohibición del chicle ha demostrado ser eficaz en su objetivo principal: mantener las calles y el transporte público de Singapur impolutos. El país continúa siendo conocido por su estricta regulación y su éxito en áreas como el orden público, la higiene y el respeto a las normas, lo que ha ayudado a forjar la reputación de Singapur como una de las ciudades más limpias del mundo.