Vista aérea de Mar-a-Lago, la mansión del Presidente de EEUU en Palm Beach Island, Florida, uno de los enclaves más ricos de Estados Unidos. (Internet)
Las constantes visitas del mandatario republicano a su mansión en Florida obliga al desvío de vuelos comerciales, endurecer la seguridad, al cierre del aeropuerto y a cortar carreteras, lo que genera quejas y críticas entre sus vecinos.
Desde el pasado 20 de enero, cuando Donald Trump asumió su cargo como 47.º presidente de Estados Unidos, ha visitado en seis ocasiones Mar-a-Lago, en Florida, una mansión híbrida entre residencia de los Trump y club privado a la que el mandatario se escapa para descansar, reunirse con amigos y jugar golf.
La última visita fue el fin de semana pasado, y ocurrieron las complicaciones de siempre, con bloqueos viales, pérdidas por restricciones en el espacio aéreo y el creciente temor de las autoridades locales de que los altos gastos de seguridad que genera la presencia del presidente en la parte de la Florida no sean reembolsados por el gobierno federal. ¿Y los vecinos? ¡Soportando las alteraciones con una mezcla de resignación y frustración!
Mar a Lago es un inmueble patrimonial que ocupa 8 hectáreas y que fue declarado Hito Histórico Nacional, situado en Palm Beach, Florida. El complejo, construido hace un siglo con estilo arquitectónico español para que a futuro fuera lugar de descanso invernal de los presidentes de Estados Unidos y de otros invitados extranjeros, fue comprado en 1985 por Trump, que tiene allí su vivienda privada en un área cerrada de la casa y los jardines.
Por lo general, los fines de semana, el mandatario republicano se va a ese complejo a jugar al golf y a gozar de un tiempo de ocio. Pero en cuanto él pone un pie en la isla, comienza el dolor de cabeza de sus vecinos y de las autoridades locales por el desvío de vuelos comerciales y las restricciones y cierres por seguridad, en el aeropuerto y en las carreteras.
Curiosamente, pese al costo de estas medidas, Trump no aplica su política de recortes a estas escapadas. Es que en cuanto el mandatario pone un pie en la isla, sus residentes se echan la mano al bolsillo, pues un millón de dólares cuesta desviar con aviones de combate los 20 vuelos comerciales que ocupan generalmente el espacio aéreo de su mansión. A ello hay que sumarle el trastorno para los vecinos, porque cuando él está allí, los aviones pasan justo sobre ellos, con el ruido que eso conlleva.
Multimillonario es también el costo de la seguridad para protegerlo, pues obligatoriamente hay que cerrar el aeropuerto de Lantana, a ocho kilómetros, lo cual ocasiona pérdidas de decenas de miles de dólares cada día que no funciona.
A eso hay que sumar el cierre de una de la tres carreteras principales de Palm Beach para que sus comitiva tenga vía libre, con los consiguientes atascos. Es un costo que están asumiendo las autoridades locales y que temen que nadie les devuelva.