Cantante y compositor, salsero y bolerista, este artista que hizo parte del desaparecido Grupo Raíces es considerado uno de los grandes exponentes de la salsa barranquillera.
El cantante y compositor barranquillero Charly Gómez, quien se hiciera famoso como una de las voces del Grupo Raíces, no ve la hora de que pase esta época de restricciones, pues tiene planeado irse al estudio a hacer un “experimento” con la música que ama, la salsa.
“Quiero grabar una salsa urbana, y también un tema popular que hice, pero para grabarlo en una especie de salsa popular. Es que yo no dejo de lado lo nuevo, lo que está pasando, pero tampoco olvido mi esencia, y yo soy salsero y bolerista”, dice el artista.
Mientras llega ese momento de grabar ahora como solista, y mientras llega la reapertura de la vida nocturna y con ella los bailes y los contratos, el artista hace un alto para hablar de sus más de 35 años de brega profesional en la música, su centenar de canciones compuestas, su etapa en Raíces y los seis álbumes que grabaron y lo que significó en su vida ese hit llamado Fiesta, que quedó para la posteridad. Tras esa mirada retrospectiva, Charly concluye que aún es mucho lo que le falta dar por que tiene con qué hacerlo.
“Estoy en mi momento de mayor madurez musical, en el mejor: hago tonos distintos, he desarrollado mayor volumen, mis composiciones son más exquisitas y melódicas, improviso mejor y dialogo mucho más con el público. Soy feliz con lo que tengo y esto lo hago por pasión, pero creo que tal vez me ha hecho falta mayor reconocimiento, porque sé que puedo dar más”, dijo durante la charla telefónica con MiREDVista.
Otro tema del que habla con evidente orgullo es de su familia: de su unión desde hace 30 años con Elizabeth Liana González y de sus hijos Carlos Mario, un ingeniero industrial que de vez en cuando acompaña a su papá en la percusión, y Natalia, médica de la Clínica General del Norte.
Carlos Augusto Gómez Butte –como es su nombre de pila— es hijo del santandereano Alberto Gómez Rueda y de la barranquillera María Elena Butte, hija de un francés que llegó a Colombia huyendo de la Segunda Guerra Mundial y que entró por Puerto Colombia. Desde niño le gustó cantar y así pasó, de cantar en el baño y en el patio de su casa en el barrio Boston, donde deleitaba a sus vecinos, a hacerlo en la Escuela No.15 para Varones, donde hizo su primaria, y en el Colegio Pestalozzi, donde cursó el bachillerato.
Recuerda que la primera canción que se aprendió y cantó en público fue La luna y el toro, pero en la versión flamenca de Joselito de España. Su primer concurso colegial de canto lo ganó interpretando un vallenato, La muerte de Abel Antonio, y recuerda en medio de risas que su compañero de estudio Edwin Madera ––hoy propietario del celebre establecimiento La Troja–– lo acompañó como músico. Posteriormente, en la adolescencia, vendría la etapa de cantar las baladas de Roberto Carlos, José José y Camilo Sesto, entre otros.
SALSA PARA BAILAR Y CANTAR
Pero Charly no solo cantaba bien, sino que además bailaba bien la salsa, y por ello se le dio por concursar también en este campo. En un precarnaval en la caseta ‘La Piragua’, muy popular a mediados de los 70, quiso subir a tarima para bailar pero terminó cantando La eliminación de los feos, de El Gran Combo, acompañado por la Orquesta Pacho Galán. Al año siguiente repitió la hazaña, pero en la caseta ‘La burra mocha’ y acompañado por La Sonora del Caribe.
“Ahí se me metió el gusanillo de la música salsa. Me aprendí temas que luego cantaba en distintos escenario y así comencé, de forma empírica. Nunca estudié canto”, dice.
Recuerda que eran los años de las grandes protestas de los estudiantes del Pestalozzi y que él, en vez de irse a participar en las revueltas estudiantiles, se metía en Bellas Artes a ver la movida artística de ese lugar. Allí conoció al pianista Alfredo Palma, quien al escucharlo cantar le dijo que lo hacía bien y lo invitó a hacer parte de la orquesta La Rebelión, que ensayaba en el barrio El Silencio. “Conocí a Ray Palacios, también cantante, y a Rafael Vargas, tambos de Raíces”.
Vinieron las presentaciones en El Decano, la discoteca Shadow y fiestas familiares. Y comenzaron a llamarlo otros músicos: Charly Plá, Adolfo Echeverría, el Afrocombo de Pedro Vicentini y la orquesta de Los hermanos Martelo.
LA ETAPA DE RAÍCES
En 1984 se arma el Grupo Raíces bajo la dirección de Gregorio Mendoza y él entra como cantante, en momentos en que ya trabajaba en una ferretería en el día y estudiaba arquitectura de noche.
“Era un grupo pequeño, de siete músicos. Pero la fama se regó en el medio y vinieron contratos en Puerto Colombia, en discotecas como Lime Light y Génesis y en el Rancho Currambero. Llegó la hora de crecer y de tener otro cantante y es cuando llegan Ray Palacio y otros músicos”, cuenta.
En 1986 se da la oportunidad de hacer la primera grabación, en los estudios Unison y con el sello CBS, gracias a la intermediación del hombre de radio Ley Martin. “Abriendo camino” se llamó esa producción que contenía ocho temas propios de los cuales pegaron cuatro: No quiere ná, Ha llegado la hora, Dame la mano y Qué linda. “Empezamos con el pie arriba y de entrada nos convertimos en representantes de la salsa barranquillera”, recuerda el artista.
En el segundo disco, “Fuego pa la candela”, grabado en el 87, ya hacía parte del grupo Joe Urquijo (recientemente fallecido), quien venía de cantar con Niche. En ese trabajo musical sobresalieron temas como Soraya, Lo siento mi amor y La conocí. Un año después grabaron el tercer disco, llamado “Raíces”, con temas exitosos como Alcoba y Hueso pelao.
En 1989, en el álbum “Grupo Raíces Internacional”, esta agrupación dio un tremendo batazo con el tema Fiesta, que se convirtió en el himno de la Selección Colombia que buscaba su clasificación a un Mundial, y también de Barranquilla, que era la sede de las eliminatorias.
“Esa canción dejó una huella grande en mi corazón y en los amantes de la buena música y del d un tema que no pasa de moda y es deporte. Es satisfactorio para uno saber que ha hecho música que no es desechable, que no pasa de moda y que le gusta a todas las generaciones”, dice. Otros éxitos de ese trabajo fueron Perdóname, de la autoría de Gómez; Igual que aquella noche, Quiero y Palomita.
La orquesta salsera volvió a grabar en el 90 el álbum, que también llamaron “Raíces” y que incluye Yo quisiera y Arrugas, una de las grandes composiciones de Charly Gómez, dedicada a su mamá. En el 91 el grupo se desarmó, pero volvió a reunirse en el 95 para grabar “Que viva la salsa”, con el sello RMM, en el que se destacaron No me provoques y Se va el caimán.
Charly Gómez no ha parado de componer; ofrecer sus shows como solista y tampoco de grabar sus temas de vez en cuando en un trabajo que, dice, hoy se hace con las uñas. “No dejo la salsa. De vez en cuando hago experimentos, como grabar una bachata, una bomba puertorriqueña o un tema urbano, por ejemplo, pero siempre en lo mío, no me salgo de la salsa».